miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tokio Blues

Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747.
[...]
Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de 'Prohibido fumar' y por los altavoces del techo empezó a sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplona de Norwegian Wood de Los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.
Para que no me estallara la cabeza, me encorvé, me cubrí la cara con las manos y permanecí inmóvil. Al poco se acercó una azafata alemana y me preguntó si me encontraba mal. Le respondí que no, que se trataba de un ligero mareo.
-¿Seguro que está usted bien?
-Sí, gracias -dije.
La azafata me sonrió y se fue. La música cambió a una melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían.
Seguí pensando en aquel prado hasta que el avión se detuvo y los pasajeros empezaron a sacar sus bolsas y chaquetas de los portaequipajes. Olí la hierba, sentí el aire en la cara, oí el canto de los pájaros. Corría el otoño de 1969 y yo estaba a punto de cumplir veinte años.

Volvío a acercarse la misma azafata de antes, que se sentó a mi lado y me preguntó si me encontraba mejor.
-Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste. Es sólo eso -dije, y sonreí.
-También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy bien -contestó ella. Irguió la cabeza, se levantó del asiento y me regaló una sonrisa resplandeciente-. Le deseo un buen viaje. Auf Wiedersehen!

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