martes, 23 de junio de 2009

A tiempo estamos de evitar el veneno...

La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,
Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora

Y sólo del Amor queda el veneno.


sábado, 13 de junio de 2009

Miércoles (y 13).


- Miércoles, ¿crees que quizás algún día... querrás casarte y tener hijos?
- No.
- Pe... pero… ¿y si conocieras al hombre adecuado? Uno que te adorase y venerase, que hiciera cualquier cosa por ti y que fuera tu fiel esclavo, ¿qué harías?
- Le compadecería.




martes, 2 de junio de 2009

Palabras más, palabras menos


Bueeeno... Toda la parrafada que voy a soltar a continuación se puede resumir con la foto. Un lindo gatito jugando con un lindo ovillito de lana que crece, crece, crece y crece hasta que BUM! se hace demasiado grande. Tan grande que el lindo gatito no puede jugar con él, y entonces, puede optar por sumirse en su espiral de depresión, por pegarse un tiro o por mandarlo todo a la mierda. O también puede sacar las uñas e hincárselas a todo el que se le acerque, así sin motivos, porque el lindo gatito es mu shuloh.
A fin de cuentas, supongamos que el lindo y adorable gatito en cuestión soy yo.

Según una extensión a las leyes de Murphy, "si una serie de sucesos puede salir mal, saldrá mal en la peor secuencia posible". Y ésta es una aproximación nada alejada de la realidad.

Puedo considerarme afortunada de que, durante la mayor parte del tiempo, no suelan ocurrirme cosas malas (de las malas graves y preocupantes, me refiero), a excepción de que se me rompa una uña, se me gaste el tipex en mitad de un examen de biología o alguna que otra cosilla más. Salvo eso, todo lo demás chachi piruli.
Pero, de vez en cuando, pasan cosas, y puede ser esa extrañeza o falta de costumbre ante lo "malo" lo que hace que no reaccione como debería. Con esto no pretendo pedir disculpas por todos los caretos y las palabras fuera de tono, ni nada por el estilo. Es más, creo que tengo el perfecto derecho a tener mis rachas malas, como todos las hemos tenido alguna vez.


Tampoco pienso que sea yo muy dada al dramatismo (aunque a veces pueda parecerlo). Creo que le doy a las cosas la importancia justa en la medida en que se lo merecen para mí. Por ejemplo, pueden decirme: "es una tontería que estés triste por un niño, puesto que niños hay de sobra". Vale, muy bien. Pero si para mí ha sido importante, la tristeza o la pena no se me pasan en dos días, y después hala, como si nada. Aunque tristeza no es la expresión más adecuada. Diría mejor reticencia. Reticencia a que, durante un periodo de tiempo no excesivamente largo (pero considerable, no menospreciemos las cosas) te forjas una serie de (llamémoslas así) costumbres o rutinas con una persona, porque al fin y a cabo, en una relación tú te amoldas a una persona y esa persona se amolda a ti. También sientes que esa persona se te hace necesaria, porque tanto cuando necesitas consuelo como compartir alegrías, sabes que está ahí, que reirá contigo y te abrazará cuando llores. Y sabes que a la inversa es lo mismo. Y de repente: ZAS! se acaba y esas rutinas se van a la mierda. [Haciendo un paréntesis, no considero en ningún momento las rutinas como algo malo, siempre y cuando se esté a gusto con ellas. En este caso, para mí la rutina significaba gestos, palabras, miradas y hasta hacer siempre los mismos planes, dadas las circunstancias de tiempo y espacio (nada más y nada menos que 2º de Bachillerato, que no es para tomárselo a risa, sobre todo si se necesita una nota alta). Y ese "hacer siempre lo mismo" lo hacía yo muy gustosamente, por el simple motivo de que lo hacía al lado de la persona que yo quería y contaba con un verano (es decir, con tiempo) por delante para hacer los miles y miles de cosas que había planeado junto a esa persona.]
Reticencia también a que ya no estén esos pequeños detalles, como un mensaje o un dibujito, que son de las cosas que más llegan a calar hondo, porque no te las esperas y son capaces de convertir un día malo en un día bueno con un gesto tan pequeño, porque sabes que son sinceros. Aunque sobre esa sinceridad tengo algunas dudas al respecto. Más que nada, porque me sorprende que se suelte una declaración de sentimientos (y ya no una, sino unas cuantas durante la semana anterior) para a los 3 días decir: llevo mucho tiempo pensándolo y... c'est fini. ¿Entonces? Cierto es que los tíos tienden a hacer uso de su labia para regalarles el oído a las niñas y tenerlas en la palma de la mano, pero al igual que se dicen muchas cosas, también se demuestra que todas esas bellas palabras que tan bonitas quedan no se han dicho por decir, sino que de verdad se sienten, sobre todo cuando se tiene por lema que las palabras no significan nada a menos que se demuestren con hechos. Yo no quiero que me prometan la Luna ni que me regalen el oído diciéndome lo maravillosa que soy y cosas de ese estilo. Es más, no necesito que me digan absolutamente nada de eso. Como yo no soy dada a exteriorizar lo que siento ni a regalar “te quieros” a tutiplén, lo que más necesito y en cierto modo exijo en una persona es que no me diga las cosas por decirlas, porque pegaba soltarlo o quedaba bonito en ese momento, porque yo, si digo algo, sé que lo digo de verdad, ya que en el pasado me ha quedado demostrado que todo lo que se dice difiere mucho de lo que se siente. Por otra parte, reticencia a pensar que tantos planes ya no van a llevarse a cabo. Aquí supongo que la culpa es mía por dejarme llevar, por querer planificar el futuro dando por hecho que el presente seguirá inamovible hasta ese futuro, pero en fin, son esos planes los que dan la ilusión de querer llegar a ese futuro. Toca el volver a no mirar hacia adelante, el vivir al minuto. Aunque no sabría decir qué es lo que prefiero. Reticencia a pensar (querer), en definitiva, lo que fue y ya no es y no podrá ser porque nada es lo mismo. Me explico con un ejemplo: Una servilleta se va haciendo pedacitos. Al rato, lo que hay ya no es una servilleta sino cachitos de papel. Con lo cual, lo que fue ya no es tal. No existe servilleta, aunque un día sí que existió. Pues lo mismo. Yo me aferro a todo lo que un día viví (vivimos), sentí (sentimos), a lo que fui (fuimos), sabiendo que todo eso ya no es, puesto que no yo soy la misma ni tú tampoco. Y ante eso, es cuando no debo ser reticente a dejar que los hechos se sucedan tal y como se suceden.
Hasta aquí, el ovillito de lana se ha hecho más grande de la cuenta.

Por otra parte, el lindo gatito sufre ante ciertas actitudes. Tengo bastante claro cómo tengo que tomarme a la mayoría de la gente, pero determinadas actitudes de quienes menos te lo esperas, porque son en las que más confías, duelen. Duele porque una se preocupa por otras, pregunta por ellas, las ayuda en lo que puede, y a cambio, ¿qué? Sí, un abrazo, un beso o una conversación. Pero igual que se podría besar, abrazar o hablar a cualquiera. Y duele, sobre todo, porque es cuando más necesitas que esas personitas te besen, abracen y hablen contigo, ya que esas personitas no son unas personitas cualquiera, sino tus personitas, tus niñas. Vale que la hay que tiene mucho estrés, mucho que estudiar (como yo y como todos), vale que la hay que siempre está para arriba y para abajo, de movida en movida, pero… un mínimo de atención ¿no? Vale que también se haga inconscientemente, que una no se dé cuenta de cuando la necesitan, pero es que justamente las amigas son las que se dan cuenta de cuanto una no está bien! Joder, a mí también me gusta que me busquen, y no que tenga que ir yo detrás. Pero en fin, de vez en cuando, y lo dice Dogma Crew, con los mejores amigos te llevas los peores y mayores desengaños. Y es lo que toca, así que ajo y agua.
Hasta aquí, el ovillo de lana se ha hecho más grande todavía.

Por último (sí! ya casi acabo!), está el tema del (puto) colegio, que sacar mi 8’7 (sigo sin creérmelo del todo) me ha costado lo mío. Yo creo que el esfuerzo de querer aspirar a nota justifica muchas malas caras que haya podido haber, porque sé que mi futuro depende de entrar o no en la carrera que quiero, y si no hay nota, no hay carrera, con lo cual, yo me jodo (un poquito más de lo habitual). Ahora puedo comprobar que muchos
sacrificios, noches en vela y dolores de cabeza me han valido la pena, y cierto es que me arrepiento de cosas, sí, pero… no sé.
Hasta aquí, el ovillo de lana alcanza proporciones desmesuradas.

Llegados a este punto, el ovillo le explota en la cara al gatito.
Y al gatito le cuesta, pero mira, se levanta. Sabe que duele, pero también sabe que se repondrá. Tal vez le haga falta llevarse un desengaño de cuando en cuando para no desacostumbrarse. Pero eso no lo decide él, ni tampoco yo, así que lo que tenga que venir, que venga.

Habría pegado escribir esto tiempo atrás, pero ahora es cuando se ven las cosas en perspectiva.



PD.- Llevaba algún tiempo escrito, pero no había encontrado el momento de subirlo.