jueves, 13 de agosto de 2009

Lo opuesto al amor

A la gente le gusta decir que lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Se diría que existe la tendencia a susurrar la sentencia con veneración, como si tuviera poderes curativos mágicos. Mejor ser odiada que ignorada por ese ex tuyo enfurecido; mejor ser odiada que ignorada, en general.

De lo contrario, te puedes pasar la vida mirando fijamente a través del cañón de lo opuesto al amor.

Pero esto me parece una gilipollez. Estupideces positivadas para toallas de papel. Una frase extractada para bordar sobre un cojín. ¿Podría de verdad la indiferencia ser peor que el odio? ¿No es tremendamente deprimente pensar que podemos pasarnos la mayoría de nuestros días rodeados por gente que siente hacia nosotros algo peor que el odio?
No puedo creerlo. Y no lo creeré.


[...]


Me limito a estar sentada aquí, y a ver la televisión, y a veces, a completar las subtramas, y a veces, no. A veces, duermo. Pasan innumerables horas, y dado que no puedo dar razón de ellas, asumo que las he pasado durmiendo el sueño de la muerte. La clase de sueño impoluto de pesadillas o de la necesidad de volver. Sólo sueño vacío y tranquilo. No parece que haya algo que se suponga que tenga que hacer a continuación, así que sigo aquí. Donde se está caliente y no se siente el más mínimo miedo. El trabajo, me percato ahora, era un simple ruido de fondo, una manera de llenar mis días vacíos. Sin trabajo, es como si todos los sonidos se hubieran apagado.

Pienso mucho en Andrew. Finjo que está sentado aquí conmigo, sin hablar mucho, viendo también la televisión. Podría cogerme de la mano o traerme un vaso de agua. A él se le ocurrirían mejores tramas que a mí; las suyas contendrían más pasión. Más sexo. Puede que venganza.

Me permito incluso imaginar que mi madre también está aquí, merodeando cerca del sofá. No dejo que mi mente se deslice demasiado por ese territorio; sólo a veces. Me imagino a mi madre poniendo sus dedo fríos en mi frente, comprobando si tengo fiebre. Probablemente me haría comer algo, porque estos días no he ido mucho más allá del pan. En mi imaginación, mi madre se sienta en silencio, aunque eso se debe, sobre todo, a que no puedo recordar su voz. Pero es una situación distorsionada, porque cuando mi madre estaba viva, nunca se sentaba en silencio; siempre hablaba, hablaba y hablaba, fuera lo que fuese lo que estuviéramos viendo. Siempre pensó que la vida real era mucho más interesante que la televisión; nunca entendió la necesidad de evadirse.

A mi madre también le doy la oportunidad de elaborar guiones. Los suyos tienden a la ciencia ficción; a los milagros médicos y cosas así.

Esto es lo contrario del amor, me percato cuando echo un vistazo y, a través de mis compañeros imaginarios, veo el sofá vacío. Lo contrario del amor no es el odio; ni siquiera la indiferencia. Es esta evisceración de mierda, este harakiri. Este coger una enorme pala y desenterrar tu corazón, y tus intestinos, y no dejar nada atrás. Nada de ti que dar, nada siquiera que llevarse. Nada, sino un pulso silencioso y algunos culebrones medianamente entretenidos.

Si amar es entregarse en cuerpo y alma, entonces esto, amiga mía, esto -la autoevisceración- es lo opuesto.

Ojalá supiera bordar para poder plasmarlo en un cojín de mierda.